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EDIFICIOS CATALOGADOS | El barrio de San Antolín, un origen al calor del alfar

José Carlos Ruiz CastejónJosé Carlos Ruiz Castejón - 24 de Noviembre, 2022
EDIFICIOS CATALOGADOS | El barrio de San Antolín, un origen al calor del alfar

Imaginen que van caminando por una calle empredrada y estrecha, de esas en las que el sol apenas penetra, y que por lo tanto, siempre permanecen frescas. No alcanzan a ver el final del camino, pues quiebra de vez en cuando, dando una sensación de misterioso laberinto.

Con el brazo extendido hacia un lado, pueden deslizar su mano por la rugosa pared de mampostería y ladrillo, cubierta con una fina capa de cal. Sus oídos escuchan campanas, y sus pituitarias llegan a oler las flores que una de las vecinas de la calle tiene colgando de su maltrecho balcón con persianas de esparto, desde donde se asoman varios niños curiosos. 

Un grupo de señoras está sentado en unas pequeñas sillas de madera y mimbre, justo delante de la puerta de una vivienda, tomando el fresco de la tarde. Les saludan amablemente a pesar de mirarles como forasteros. Al fin, al fondo asoma una intensa luz. Al principio aparece una monumental torre con reloj que pronto se ve acompañada de una preciosa fachada de recargada decoración, y una torre más, gemela, al otro lado. Estamos en la plaza del barrio, y la calma de la calle de la que venimos se torna en un trasiego frenético de ires y venires.

Así era el ambiente y el carácter del barrio de San Antolín a principios del siglo XX. Así fue la esencia de este vecindario que, a causa de la Guerra Civil primero, y del voraz Desarrollismo que sucedió a la posguerra franquista después, acabó siendo desfigurado por completo.

La calle Vidrieros, con la plaza de San Antolín y su desaparecida parroquia al fondo. Años 30 del siglo XX. La calle Vidrieros, con la plaza de San Antolín y su desaparecida parroquia al fondo. Años 30 del siglo XX.

Sin embargo, para entender la fisionimia urbana e idiosincrasia de San Antolín es necesario retroceder en el tiempo. Fue en junio del año 825 cuando el cuarto emir omeya de Córdoba, Abderramán II, fundó la ciudad de Murcia con el fin de apaciguar las revueltas entre tribus locales, que amenazaban la estabilidad del territorio de la Cora de Tudmir.

Desde su fundación en el siglo IX y hasta el siglo XII, Madinat Mursiya fue consolidándose paulatinamente, hasta convertirse en una de las más prósperas y pobladas medinas andalusíes. El máximo esplendor de la Murcia islámica se vivió, precisamente, a mediados del siglo XII, bajo el reinado de Ibn Mardanís, el famoso Rey Lobo, momento en el que su muralla adquirió la robustez y prestancia con la que se muestra hoy en día a través de los restos arqueológicos de Verónicas o Sagasta, entre otros. 

Es de este mismo momento, siglo XII, la primera referencia documental sobre la existencia de una segunda muralla de menor entidad, la cual bordeaba el principal arrabal, es decir, el más populoso barrio periférico o extramuros, conocido como ‘la Arrixaca’, que se desarrollaba al norte y oeste de la medina principal. No obstante, se conoce que este poblamiento y su muro defensivo fueron anteriores a dicha referencia, pues en ella ya se describía la cerca como “una fortificación asentada y muy sólida”.

Edificios catalogados La muralla medieval (en amarillo) fue un importantísimo elemento configurador del trazado urbano, y marcó profundamente la evolución formal de la ciudad, hasta el punto de que, como vemos en esta imagen del primer tercio del siglo XX (vuelo Ruiz de Alda de 1928-29), los límites del barrio en ese momento eran exactamente los mismos que los que marcó la cerca medieval, a pesar de que fisicamente ya no quedaba rastro de ella, tras su progresiva desparición a partir del siglo XVIII. En tono amarillo más claro aparecen: en el centro de la imagen, la iglesia parroquial; y al sur, el paseo del Malecón.

Encajado en la zona suroeste de aquel arrabal amurallado, conectado con la medina a través de la puerta de Vidrieros, se germinó el barrio de San Antolín. La tradición cuenta que aquí se asentaron la mayoría de los talleres de gremios medievales de artesanos desde mediados del siglo XI, especialmente los alfareros, ya que su presencia en la ciudad era molesta, ruidosa e insalubre. 

Así lo atestigua la rica toponimia del entorno: calle de los Vidrieros, Turroneros, Carniceros; calle de Alfareros, en el límite con San Andrés;  calle de Marmoleros, hoy desaparecida, que limitaba con el barrio de San Nicolás; calle de la Espadería, como se conocía a la del Pilar, límite con el barrio de San Pedro; o plaza de Escoberos, el nombre que recibía la actual plaza de Pedro Pou. 

Esta zona del arrabal, plenamente consolidada desde el punto de vista urbanístico, contaba con los mismos servicios que la medina principal, salvo la mezquita Aljama (la Mayor) y probablemente la alcaicería, es decir: con pequeños zocos o zonas comerciales; alhondigas, instalaciones artesanales, baños, cementerios y espacios funerarios, mezquitas de barrio; y un intrincado, pero también jerarquizado, callejero.

El vestigio de muralla medieval más imporante que se conserva es el perteneciente al tramo de Verónicas. En ella podemos observar la potencia de la cerca medieval murciana, compuesta por muralla, paso de ronda, antemuralla, y foso. El vestigio de muralla medieval más imporante que se conserva es el perteneciente al tramo de Verónicas. En ella podemos observar la potencia de la cerca medieval murciana, compuesta por muralla, paso de ronda, antemuralla, y foso.

Atravesada la muralla principal por Vidrieros, se encontraba el val, el foso que recorría todo el perímetro de la ciudad amurallada, el cual servía, además de para reforzar la seguridad de la cerca, como colector principal del sistema de evacuación de aguas, el alcantarillado de la medina, desembocando en el río a la altura del plano de San Francisco.

Este foso, insalubre y maloliente, recibía agua limpia a través de una conexión con la acequia Mayor Aljufía, que discurre al norte del barrio de San Andrés, a través de la calle Gómez Cortina, entonces calle de los Aguadores.

A finales del siglo XIX, la calle por la que discurría el foso, y que hasta ese momento fue conocida como ‘calle del Val de San Antolín’, se bautizará como ‘calle Sagasta’, en honor al importante político progresista Práxedes Mariano Mateo Sagasta y Escolar. 

Probablemente, donde hoy se levanta el templo de San Antolín, o en sus inmediaciones, se ubicaría la mezquita del barrio. De estas edificaciones destinadas al culto de la fé islámica surgiendo las parroquias cristianas tras la conquista castellana, las cuales se ubicarón sobre ellas, como son los casos de San Pedro, San Lorenzo, Santa Eulalia, o San Bartolomé, entre otras.

Antiguo templo de San Antolín, destruido durante la guerra civil. Antiguo templo de San Antolín, destruido durante la guerra civil.

Al final de la calle Almenara, como continuación de las calles Vidrieros y San Antolín, hoy calle Antonio Sánchez Maurandi, en dirección suroeste, abría el portillo de la muralla del arrabal que los musulmanes conocieron como Bâb-Al-Yadîd, para los cristianos ‘puerta de Belchí’. A través de ella se salía de la ciudad en dirección a Lorca y Andalucía.

Contigua a Almenara discurre la calle Ericas. Las eras, ‘ericas’ según el habla murciana, eran las huertas donde se trillaban las mieses, o también terrenos de cultivo de flores u hortalizas. A finales del siglo XVIII, la población de La Arboleja, que aún era considerada parte de la parroquia de San Antolín, se dividía en dos partidos: el partido de La Arboleja, situado más al oeste y regado por la acequia de ese nombre, y el partido de Belchí, la parte más cercana a la muralla del arrabal al que daba acceso esta puerta, regada por la acequia del mismo nombre. Estas acequias siguen transcurriendo, ocultas bajo nuestros pies, por el jardín del Malecón.

Al calor del alfar medieval, el barrio de los sanantolineros nació humilde y trabajador a las afueras de la medina islámica de Murcia. Hoy es uno de esos carismáticos barrios murcianos donde el comercio local y de cercanía, heredero de aquellos artesanos, sigue vivo y a pleno rendimiento.

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